miércoles, 28 de abril de 2010

Ricardo Forster y el miedo

27-04-2010
El miedo y sus usos
La palabra está allí, la escuchamos una y otra vez pronunciada por políticos, por periodistas, por estrellas de la televisión. Circula velozmente por los múltiples canales de la comunicación. Su presencia es insidiosa y oscura porque nos retrotrae a épocas nefastas de la historia nacional. Quienes la pronuncian no se detienen a medir las consecuencias ni se preocupan por destacar las diferencias cruciales que separan una dictadura genocida de un gobierno democrático. Esas sutilezas no les interesan porque, tal vez, nunca sintieron miedo cuando vivieron los años terribles inaugurados el 24 de marzo del ’76 y, en cambio, parecen sentirlo en estos días en los que una sociedad democrática debate y dirime distintos proyectos de país.

Pero el “miedo” (ésa es la palabra maldita que atraviesa el éter informativo) es el resultado de quienes buscan perpetuarse en el poder, de quienes parecen representar la quintaesencia de todos los vicios a los que se le agregan la búsqueda de la crispación y de la violencia como herramientas para alcanzar sus designios autoritarios. El lenguaje es brutal y excesivo, aunque muy pocos de los periodistas “independientes”, de esos que siempre hacen gala de virtuosismo republicano, se detienen a señalar la exageración y la trama de falsedades que se esconden en el uso indiscriminado, y casi en cadena nacional, de la palabra “miedo”.

Alcanza, les alcanza, una serie de afiches sin firmas en los que se critica a algunos periodistas utilizando un método, el escrache, que poco tiene que ver con la disputa democrática (tal vez pudo haber tenido un valor cuando la inventaron los miembros de la agrupación HIJOS en épocas de impunidad y de indultos que dejaban libres de culpa y cargo a los genocidas y como una manera de hacer visible la falta de justicia, memoria y verdad que dominó el país durante los noventa). Un método que sortea malamente la discusión y el debate y que, en este caso, se escuda en el anonimato.

También les alcanzan las declaraciones de una senadora jujeña que pronuncia la fatídica palabra al mismo tiempo que inicia lo que parece ser un viaje sin retorno hacia la oposición (no escuché hablar de borocotización para quien no sólo desoyó la decisión de su bloque sino que ahora se apresura a formular un proyecto de modificación de la ley de servicios audiovisuales que parece escrita a favor de la continuidad monopólica).

Alcanza lo que pueda decir la eterna anfitriona de almuerzos en los que cada invitado se solaza en demostrar que estamos frente a un gobierno autoritario que cada vez se parece más a una dictadura (extraño mérito la de quien ha podido almorzar “libremente y sin censura” durante los años más horrendos de la historia argentina y a lo largo de todos los gobiernos democráticos y que descubre, espantada, que ahora siente “miedo”, ese mismo que nunca sintió antes).

Miedo del que hablaban algunos en relación con Milagro Sala, portadora, ella, la tupac y los movimientos piqueteros, de una violencia amenazante, esa que surge de los barrios periféricos y que, como decían Carrió y Morales, se ocupan de entrenar militarmente a sus miembros. Miedo a los pobres, ese mismo que llevó a un intendente de San Isidro a imaginar la instalación de un muro para aislar a los habitantes de una villa de emergencia. Miedo a los trapitos y a los limpiavidrios que merecen, según el inefable Macri, ser conducidos a las cárceles. Miedo y más miedo que pide seguridad, represión y, claro, una República saneada de tanto autoritarismo.

Resulta llamativo que el miedo se despliegue en una época y bajo un gobierno que ha derogado las leyes de impunidad habilitando el juicio a los genocidas; de un gobierno que decidió dejar que todas las protestas sociales puedan expresarse sin ejercer las tan conocidas “virtudes” represivas de las fuerzas policiales e impidiendo que las calles y las plazas del país vuelvan a ser escenarios de violencias homicidas como las que hemos conocido bajo los gobiernos de muchos de aquellos que hoy dicen sentir miedo.

De un gobierno que no reprimió los innumerables cortes que bloquearon muchísimas rutas durante el conflicto con la Mesa de Enlace y que se negó a reprimir las protestas de los asambleístas de Gualeguaychú. Pero, eso dicen incesantemente los formadores de opinión desde radios, canales abiertos y de cable y desde medios gráficos, es el gobierno el que promueve la crispación y la violencia; es a partir de sus oscuras lucubraciones desde las que se inocula en la sociedad desguarnecida el virus del miedo.

¿Qué significa que una empresa periodística saque en la tapa de su principal revista un foto montaje que nos muestra a Néstor Kirchner como si fuera Hitler? ¿Acaso creen que estamos viviendo en una dictadura o, por el contrario, suponen que el nazismo fue algo trivial y sin la lógica de la barbarie que lo caracterizó? La banalización se vuelve cómplice de ese sistema concentracionario que se devoró a millones de seres humanos (tal vez sería oportuno que quienes dedican un gran esfuerzo a mantener la memoria del Holocausto digan alguna palabra ante este uso impúdico de las comparaciones históricas).

¿Pueden algunos periodistas cruzar de ese modo la línea del pudor y hacerlo en nombre de la democracia y de la libertad de expresión que estarían amenazadas por el kirchnerismo? ¿Qué queda de la memoria de las víctimas, tanto aquellas que fueron exterminadas durante el nazismo como de aquellas otras, las que están cerca nuestro, y que fueron asesinadas durante la última dictadura? Una retórica prostibularia que incluye un nuevo neologismo: “Fachosprogresitas”, que serían aquellos que citan a filósofos nazis y que escrachan periodistas.

Nada se dice, por ignorancia o por astucia editorial, que Carl Schmitt, el jurista católico de derecha, compañero de ruta del nacionalsocialismo, ha sido citado a lo largo del siglo XX y de este por liberales, conservadores, socialistas y que constituye una referencia insoslayable a la hora de debatir cuestiones cruciales de teoría política (entre nosotros lo han citado, no sin elogios y señalamientos críticos, ensayistas de izquierda como Pancho Aricó, fundador de Pasado y Presente, o el filósofo Jorge Dotti que le ha dedicado un monumental libro de casi 1.000 páginas a la recepción del jurista alemán en la Argentina; pero también lo han citado Hanna Arendt, Walter Benjamin y Jacques Derrida, filósofos difícilmente homologables al fascismo o a cualquier forma de derecha).

Analfabetismo y/o amoralidad amarillista. Todo sirve para hablar del “miedo”, para instalarlo entre nosotros y ofrecerlo como producto del Gobierno y de sus intelectuales, en este caso leyendo sin leerlo un libro importante de Chantal Mouffé, En torno a lo político, en el que la autora hace mención a Schmitt y a su concepción de “amigo/enemigo” para pensar la escena política contemporánea. Pero claro, como el libro fue leído por Cristina Fernández inmediatamente se homologa Schmitt, nazismo y gobierno en un ejercicio delirante de ignorancia interpretativa.

La intención es clara: se trata de inducir a una parte significativa de la opinión pública (esa que suele ser una creación de la corporación mediática) a identificar al kirchnerismo y a quienes defienden muchas de sus políticas o que simplemente han acompañado algunas de sus decisiones en estos últimos años, con el autoritarismo y la violencia utilizando la mentira, la falsificación, la impudicia interpretativa y la victimización de quienes son, en muchos casos, expresión del poder real en la Argentina, ese que sigue siendo dueño de la gran tajada de riqueza socialmente producida y que sabe de horadaciones y de chantajes a gobiernos democráticos.

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